
© 2014 Miss Fogg
El elefante asiático está en peligro de extinción. Hace un siglo había millones de ejemplares en el mundo, 100.000 de ellos en Tailandia. Hoy se estiman menos de 30.000… en todo el mundo. En Tailandia quedan 3.000: la mitad afortunada vive salvaje en reservas naturales mientras que los 1.500 restantes son animales domésticos. Y aquí viene lo que no sabemos o no queremos saber. ¿Cómo se domestica un elefante? ¿Cómo llega un animal de 5 toneladas a obedecer mansamente a un hombre de 70 kilos? Tristemente, solo hay una respuesta: le rompen el alma.
El pajaan es un método brutalmente cruel que forma parte de la cultura tailandesa. El animal es separado de forma traumática de su madre y es encadenado, aislado y encerrado en una minúscula jaula durante días. Se le priva de comida, de agua e incluso de sueño. Es montado por primera vez a la fuerza. Es torturado día y noche, golpeado y pinchado con palos con clavos en las zonas más sensibles del cuerpo (ojos y orejas) repetidamente hasta que un día, confuso, atemorizado y roto, deja de resistirse y se somete al ser humano. A menudo, el animal se queda ciego o muere durante este proceso.
El elefante nunca olvida y, al salir de esa jaula, obedecerá a su mahout durante el resto de su vida por temor al ser humano. Cargará turistas en la espalda, mendigará en las calles, pintará cuadros, hará piruetas y trucos, cualquier cosa para no sufrir de nuevo, perseguido para siempre por el recuerdo del dolor.
Afortunadamente, existen tenues y frágiles rayos de esperanza para ellos. Hay gente como Sangduen Chailert (Lek) que funda lugares mágicos como Elephant Nature Park. Lek rescata a elefantes esclavizados, maltratados y traumatizados, muchos de ellos físicamente destrozados, los cura, los cuida y les devuelve el derecho a vivir dignamente. En este santuario donde los visitantes estamos al servicio del elefante (y no al revés) hoy viven 41 ejemplares en semi libertad, algunos nacidos aquí. Los animales se mueven libremente en un enorme espacio natural, forman manadas, se reproducen, comen y beben durante la mayor parte del día, se bañan en el río y reciben toda la atención médica que necesitan. Jamás son encadenados, ni golpeados, ni montados, ni forzados. Algunos podrán ser libres algún día, otros vivirán el resto de sus días aquí, a salvo, lejos de los horrores del pasado.
Visitar este santuario ha sido una de las experiencias más gratificantes que hemos vivido, no solo por haber pasado el día rodeados de estos increíbles animales sino, sobre todo, por haber apoyado una de las únicas iniciativas en Tailandia cuya finalidad real es el bienestar de los elefantes, no el negocio a su costa.